CORRÍA EL AÑO DE 1956…

Hoy me vais a perdonar, pero necesito recordar al hombre sin el cual yo no estaría hoy donde estoy. Hoy necesito felicitar a mi padre allá donde esté, porque aun es pronto para superarlo, porque si el año es difícil, el segundo lo es aún más.

Feliz cumpleaños, papá.

Elegía a un hombre bueno.

CORRÍA EL AÑO DE 1956…

«Corría el año de 1956 y en toda Europa una ola de frío extremo golpeaba con dureza proclamándose así el invierno más duro del último siglo. Países como Marruecos, Túnez o Egipto conseguían, al fin, su ansiada independencia y comenzaban su andadura como nuevos países libres. En España una serie de sucesos y revueltas promovidos por socialistas y comunistas hacen que se decrete el estado de excepción.

Corría el año de 1956 cuando nacía en un pueblo cercano a la capital levantina el único hombre bueno que la vida quiso que formara parte de la mía propia y fuera el mayor referente paterno que más de una persona pudo tener. Yo fui su hija, soy su hija, su única hija si hablamos de la ley humana, si hablamos de genética; sin embargo, el orgullo me obliga a nombrar a quienes sin ser sus hijos legítimos fueron queridos y educados del mismo modo convirtiéndose así en más que primas. Sí, es cierto que, de entre ellas hubo una que, por su mala fortuna, fue criada a mi lado y así, ese hombre bueno, no solo me tuvo a mí, sino que sus hijos aumentaron y adoraron sin pretenderlo.

Corría el año de 1956 y el mundo recibió a quien de nombre Vicente Jiménez Árias fue llamado. Una persona que melló en todos y cada uno de los corazones de quienes, simplemente, le conocieron y, en el día de su última despedida, no faltaron para mostrarle su respeto, su cariño y el dolor que suponía su perdida tan temprana e inesperada. Si él supiera todos los que allí fueron, a ciencia cierta, se sentiría el hombre más honrado y querido, pues así era.

Corría el año de 1956 y el llanto de un niño recién nacido inundaba una de las humildes casas levantadas en un barrio antiguo de Torrente. La madre mecía al pequeño y le susurraba canciones al oído para calmar su llanto sin saber que, aquel bebé conseguiría sin quererlo el respeto de cuantas personas cruzaran su camino, más que aquellos que lo pretenden bajo yugos y condenas. Un niño que crecería mostrando una inteligencia privilegiada y jamás aprovechada. Un niño que crecería con un don, uno de esos que atrae como un potente imán a las personas haciéndolas sentir importantes, felices y amadas.

Corría el año de 1956 cuando nació quien, años después, diecisiete años después, conoció a la mujer más hermosa y juntos cabalgaron a lomos de la vida y del tiempo. Y, sucedió que en una fiesta ella le vio bailar con una preciosa joven, se encogió su corazón y entristeció su semblante; poco faltó para que se retirara cuando una mano se posó sobre su hombro y al girar sobre sus propios pies le vio mirándola con aquellos preciosos y brillantes ojos oscuros, sonriéndole mientras se acercaba a su oído y en un susurro le embriagó con tan solo unas palabras: “Es mi hermana. Mi corazón y mi vida solo te pertenecen a ti.” Se amaron todos y cada uno de los días desde entonces. Crearon un hogar con su sudor y esfuerzo. Criaron a una niña orgullosa de ellos y que así permanecerá hasta el último de sus días.

Corría el año de 1956…»

©Mireia Giménez Higón (2018)
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