
Hoy vuelve a ser el aniversario del nacimiento de uno de los héroes más aclamados por su sentido del valor y el honor en la Guerra de Independencia española. Por ello, me gustaría compartir con vosotros la glosa que tuve el honor de escribir y recitar en el 250 Aniversario de su nacimiento en el Museo de Historia y Cultura Militar de Valencia.
«Es normal que, al rememorar aquella intensa jornada, salgan a relucir los nombres de quienes jugaron un papel relevante en la batalla. Es así, que hoy hablemos de uno de ellos, de un artillero, de un Capitán, de un ciudadano que luchó por una libertad que pronto se nos iba a arrebatar. Es triste también recordar este día, este episodio bélico, como el último en el que el pueblo español estuvo unido. Hoy, en honor a este héroe nacional, quiero narrar su historia. La historia del por siempre Capitán D. Luis Daoiz y Torres.
Corría el año 1767 y, en el Palacio de los Condes de Miraflores de los Ángeles en Sevilla, un joven matrimonio de noble linaje daba a luz a un bebé varón. Éste recién nacido, esperado y deseado por su madre, hija de los Condes que albergaban en Palacio, y más aún por su padre, el respetado Señor de Aoiz, sería en el futuro a quien hombres y mujeres recordarían por eternidad.
El pequeño Daoiz, vivió su infancia entre el palacio de su abuela y la casa de verano que la familia tenía en Mairena. Estudió en el colegio sevillano de los jesuitas “San Hermenegildo”, del cual sólo nos queda su iglesia. Gracias a las rentas y bienes que le ofrecía el mayorazgo que poseían en Gibraltar, Daoiz pudo gozar de una niñez más que acomodada para los estándares de la época, pero siempre, orientando su educación hacia la carrera militar.
Había estado pues, su familia paterna, siempre vinculada con la milicia, encontrándose la presencia de Señores de Aoiz en las principales campañas militares de la Corona de Castilla, llegándose estas a remontar hasta la Edad Media. De entre ellos, hubo un destacable García Garcés, Señor de la villa de Aoiz en Navarra, que participó activamente en la batalla de las Navas de Tolosa, allá por el año 1212. En siglos posteriores, el nombre de Aoiz se repetía en cada gran gesta como serían las campañas de Conquista de Andalucía, la Campaña de Granada en el Siglo XV, la Conquista de Nápoles en el XVI o en las más que famosas guerras de Flandes, en el Siglo XVII.
Así, Martín Daoiz, padre de nuestro protagonista, no dudó en solicitar la incorporación de su hijo en el arma de artillería cuando éste cumplió la edad correspondiente. No obstante, en aquella época sólo los hombres de alta alcurnia podían ingresar en el arma más elitista del Ejército. Por ello, con la edad de 15 años, Luis Daoiz tuvo que aspirar a su reconocimiento por parte de la autoridad competente y conseguir su expediente de nobleza firmado por el escribano del Rey, García de Castro

Ese mismo año, un joven Daoiz, ingresaba como Cadete en el Real Colegio de Segovia que, entonces, se situaba en el emblemático Alcázar de dicha ciudad. Durante los siguientes cinco años destacó sobre sus compañeros en materias de matemáticas y lenguas, además de superar de sobremanera en la esgrima de sable y de espada. Cuando al fin consiguió la graduación de alférez, fue destinado al que sería su primer destino: el Real Regimiento de Artillería en Puerto de Santa María.
Pasaron cerca de tres años cuando adquirió el grado de subteniente, encontrándonos entonces en el 1790. Se presentó voluntario para la defensa de Ceuta ese mismo año y, al siguiente, para Orán (Argelia) como agregado a la compañía de minadores. Allí, y con tan sólo 25 años, fue premiado por méritos y ascendido al grado de teniente de artillería.

Dos años después, en 1794, participó en la segunda parte de la Guerra del Roselló contra la Francia revolucionaria, siendo, por desgracia, preso, y permaneciendo en Toulouse como tal. Encontrándose en prisión obtuvo reiteradas ofertas por parte del ejército francés para alistarse en sus filas pues, éste, se encontraba falto de oficiales y Daoiz había dado muestras de grandes conocimientos tanto en ciencias como en el habla de varios idiomas. Por supuesto, fueron todas rechazadas sin albergar duda alguna. Al fin, y gracias a la firma del Tratado de Basilea que, en 1795 puso fin a esta contienda, el teniente Daoiz fue liberado y regresado al Puerto de Santa María.
Como era ésta época de grandes conflictos para España, nuestras tropas pasaron de luchar contra franceses para defendernos de la hostilidad inglesa. La armada española, en esos momentos, intentaba reorganizar sus buques, pero la falta de oficiales especialistas suponía un retraso para dicha misión. Por ello, se solicitó hombres del ejército de tierra para completar la dotación de los buques de guerra y, en 1797, Daoiz sería uno de los oficiales de artillería que pasarían a ser destinados en dicho contingente de la Armada, al mando de una barca cañonera para la defensa del puerto de Cádiz.
Como anécdota comentaré que, durante aquella época mantenía correspondencia con su hermana a razón de los intereses culturales que ésta tenía sobre las tendencias venidas de toda Europa. Cádiz era una ciudad fructífera, siendo su puerto destino de comerciantes portugueses, ingleses y franceses. Así, se hacía eco de las principales novedades culturales del momento, incluso de moda, llegando el teniente a describir en sus misivas encajes y plisados propios de las señoritas burguesas de París y Londres.
De regreso al mando de la barca cañonera, Daoiz participó de forma decisiva en la defensa contra el ataque de la flota inglesa. Pues el temido Capitán Nelson, que se encontraba al mando de las tropas que debían desembarcar en la Caleta para apresar una escuadra, recibió en esta ocasión una merecida derrota a manos de las fuerzas españolas. Logró así, nuestro protagonista, rechazar a los ingleses protegiendo el puerto de Cádiz y los buques mercantes que allí se habían refugiado. Y fue gracias a este excelente servicio, que D. Luis Daoiz recibió el ascenso a oficial artillero de buque de línea y, con ello, un nuevo destino a bordo del navío San Ildefonso. Es también, a bordo de este navío, cuando se produce su promoción al grado de Capitán.
Tras casi cinco años embarcado en este navío, el ya Capitán Daoiz regresó a su destino de origen en Sevilla. Poco después, en 1805, el San Ildefonso intervendría en la famosa batalla de Trafalgar.
Durante este período fue destinado en la Real Fundición de Bronces, donde se le atribuyó la tarea de supervisión de fabricación de nuevos cañones ligeros con destino a la artillería a caballo. Poco después, participó en la Segunda Guerra de Portugal, donde estuvo encuadrado en su antiguo regimiento y siendo, posteriormente, destinado a Fontainebleau en Francia.

Cuando en 1807, el regimiento desplazó su segunda compañía a Madrid, Daoiz solicitó su traslado junto a ella, siendo nombrado Comandante de la batería que, finalmente sería destinada al Parque de Monteleón. Y es, en ese mismo año, que se comprometería con una joven de la nobleza de Utrera, con la que debería haber contraído nupcias en la primavera de 1808.
A finales de abril de ese mismo año, el Capitán Daoiz sería uno de los encargados en recibir a las tropas aliadas que llegaban desde tierras francesas al mando de Murat, Gran Duque de Berg. Entraron en Madrid unos 30.000 soldados imperiales, de los que unos 10.000 fueron alojados en varios cuarteles de la ciudad y en tiendas de campañas, mientras que los otros 20.000 se alojaron en los pueblos de los alrededores. La guarnición española de Madrid apenas alcanzaba los 4.000 infantes y 2.000 jinetes.
La presencia de soldados franceses no fue aceptada por los ciudadanos de la Villa de Madrid, quienes observaban con recelo las muestras de poder que Murat fomentaba al mostrar de forma continua la fuerza de la que disponía. Los altercados entre el ejército imperial y los vecinos madrileños no hicieron esperar. Comenzaron las vejaciones, maltratos y hasta asesinatos que los franceses protagonizaban dejando siempre un malparado español.
En cuanto los madrileños comenzaron a señalar al ejército aliado como invasor, no quedó más que intentar tranquilizar a éstos, siendo las autoridades militares españolas quienes negociaran con los franceses para que cesaran en sus ataques. También se ordenó a las tropas españolas que permanecieran en los cuarteles a fin de evitar roces con sus aliados. Mientras, Murat decidía ocupar la ciudad para garantizar el sometimiento. Y, tras los incidentes acaecidos el día 1 de mayo, el gran duque de Berg ordenó el 2 del mismo mes, que sus tropas comenzaran a ocupar los principales puestos, palacios y cuarteles de la ciudad.
Cuando el motín popular estalló en la Puerta del Sol y en el Palacio de Oriente, el Capitán Daoiz se encontraba en el Parque de Monteleón con tan solo 4 oficiales, 3 suboficiales y unos 10 soldados. No tenía noticia alguna de rebelión, y la única orden que se le había encomendado era la de aguardar en el cuartel junto con sus compañeros para evitar posibles provocaciones para con las tropas francesas. Mientras, un destacamento de soldados imperiales llegaba por orden de Murat para controlar el parque.

Por su parte, el capitán Velarde, mejor informado de las intenciones del duque, salió del cuartel en el que se hallaba en dirección a Monteleón decidido a defender a la población y enfrentarse, si fuera necesario, a las tropas francesas. Junto a él marchó una compañía entera que, al llegar a las puertas del parque, se encontró con el cuartel rodeado de ciudadanos que gritaban y vitoreaban a los franceses que en su interior se salvaguardaban. Se escuchaban voces que pedían armas para luchar, si el ejército no batallaba, el pueblo lo haría.
Velarde, fingiendo un apoyo a los franceses que jamás llegaría, consiguió traspasar las puertas con su compañía y logró la rendición de la unidad francesa. Fue entonces cuando el joven oficial y el Capitán Daoiz mantuvieron una tensa conversación sobre cuál debía ser su posición. Debió ser un momento de verdadera lucha interna para nuestro protagonista. Por un lado, el deber le obligaba a acatar la orden venida de sus superiores por la que debía mantenerse acuartelado y, por otro lado, la demanda de su compañero que le instaba a luchar contra los franceses. ¿Qué debía hacer? El griterío tras los portones hacía que la balanza se fuera inclinando a favor del pueblo. Daoiz daba vueltas de un lado a otro intentando ver con claridad la respuesta, hasta que al fin, una voz se alzó sobre el resto. Era él, nuestro capitán que hoy honramos quien gritó a viva voz: “¡Abran las puertas y armen al pueblo! ¿Más no son ellos nuestros hermanos?”
Seguidamente, los capitanes Daoiz y Velarde distribuyeron a ciudadanos y soldados en secciones al mando de oficiales. Se ordenó apuntar con tres piezas de artillería hacia el portón tras el cual esperaban los franceses preparados para atacar. Abrieron fuego así los artilleros españoles llevándose por delante hasta las macizas puertas del parque que cayeron como losas sobre la fuerza enemiga. Dispararon, una y otra vez, al mando del Capitán, sus botes de metralla logrando frenar así las diversas cargas que el batallón francés de infantería osó lanzar contra el parque. Subieron los soldados imperiales por las calles de Fuencarral y San Bernardo, pretendían apoderarse de Monteleón, más se encontraron con los cañones comandados por Daoiz que les causó numerosas bajas.
Para vencer la resistencia del parque, Murat envió al general Lagrange con tropas de caballería e infantería, siendo estas reforzadas además, con cuatro cañones. Pero sus ataques fueron rechazados por la batería de la puerta y las descargas de fusilería de los soldados y los ciudadanos situados en los muros, dirigidos por Daoiz y Velarde.

Varios asaltos frustrados perduraron durante aquella intensa jornada, hasta que la última carga de las tropas imperiales logró llegar hasta la línea de cañones que Daoiz mantenía en la puerta. Dispararon, los franceses, descargas de fusilería que causó verdaderos estragos entre quienes defendían el parque para después lanzarse con la bayoneta. Tras la heroica muerte de Velarde y de buena parte de los artilleros, Daoiz, que había sido herido de gravedad y sin apenas munición para sus cañones, intentó capitular cuando los franceses alcanzaban ya el patio. Pero decidido y con el sable en su mano, luchó hasta caer rendido por las heridas de bayoneta recibidas en la batalla. Sus compañeros, al verle desfallecer, corrieron en su ayuda siendo evacuado.
Lograron resistir algún tiempo, con algunos soldados y madrileños que, finalmente, terminarían por rendirse. Agonizante, Daoiz fue trasladado a su casa donde moriría ese mismo día. Fue enterrado en la iglesia de San Martín por la noche junto a su compañero Velarde y otros soldados españoles que como valientes lucharon y como héroes murieron.
Cuatro años después, el 7 de julio de 1812, se aprobó en Decreto de Regencia y a propuesta del entonces Director General de Artillería D. Martín Garcia y Logorri, perpetuar la memoria de los heroicos capitanes de Artillería D. Luis Daoiz y D. Pedro Velarde, según lo dispuesto a continuación:

1º Que según lo solicitaban los Oficiales del Cuerpo, figurasen como presentes en los extractos de revista Daoiz y Velarde, añadiendo que en el acto de nombrarlos el Comisario, respondiera el Jefe más autorizado que se hallase presente: Como presentes y muertos gloriosamente por la libertad de la Patria, el 2 de mayo de 1808.
2º Que ambos nombres se inscribiesen con letras mayúsculas a la cabeza de los Capitanes, en la Escala del Cuerpo, expresando a continuación el anterior lema.
3º Que se erija un sencillo, aunque majestuoso monumento militar, frente a la Puerta del Colegio de Segovia, en cuyo pedestal se lean sus nombres.
4º Que se escriba un elogio de ellos, el cual debería leerse todos los años en la apertura de la primera clase a los Caballeros Cadetes a fin de estimularles a seguir su ejemplo. Última diapositiva.
Y aquí acaba esta glosa dedicada al por siempre Capitán D. Luís Daoiz y Torres.”
Espero que os haya gustado y que pronto tengamos la oportunidad de rememorar a los héroes del pasado. Gracias.
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