
Corría entonces el año de nuestro señor de 1852 y en las cercanías de la histórica ciudad de Toledo resultaba preso el último hombre lobo conocido en las Españas y aquesta no es otra que su historia.
“Fui nacido en las norteñas tierras de Ourense, hace cuarenta y dos años ha, que tal acontecimiento sucedió, mas no fue hasta que cumpliera la veintena que aquello que temiera se hiciera realidad. Fue una de esas noches en las que la luna completa su forma y se deja ver en su mayor esplendor que una llamada animal cobró forma humana. Aquellos aullidos que los hombres no entienden fueron, al fin, percibidos como el reclamo que eran. El temor y la zozobra cobraron fuerza en mi intelecto que se debatía por escapar.
Sucedió así, que la tortura hizo acto de presencia consumiéndome en un dolor tan intenso que caí desfallecido contra mi propia voluntad. Desperté en la mañana, sin ropas, sin recuerdo alguno que pudiera esclarecer cuales infortunios realizara en la noche. Solo tierra y sangre cubrían mi torso. Escuché las corrientes que el rio porta en sus aguas y limpié mi horror y vergüenza en ellas con la esperanza de purgar y purificar mi alma, si es que aquello fuera posible. Busqué con extrema celeridad las sendas que me guiaran hasta el hogar con claras intenciones de ser inadvertido por las gentes del pueblo. Fue, entonces, que escuché las voces que corrían como la pólvora hablando de la desdicha sufrida por madre e hijo que aventuraron de entrar en los bosques, pues ambos habían sido muertos por una bestia a la que llamaban lobos.
No hablé con familias, ni amigos, ni hombres de tabernas de aquella desventura sufrida en la noche de luna llena. Mas, cuando los días pasaron, en la víspera de la siguiente etapa que sufrí la visita de mi querida madre, quien para mi sorpresa despejó cuantas dudas portaba durante aquellas más de veintiocho jornadas. Invitióme a regresar al hogar materno con la promesa de correr ambos en la noche con la piel de la bestia. Intentó trocar y apaciguar aquello que en realidad era, mas no obtuvo el triunfo que albergaba. Con el pesar de aquella que deja marchar a quien más ama con el temor de ver partir al diablo, cedió en el empeño de mi marcha.
Por ello hoy confieso. Por esta que es mi maldición, he traído una vida errante y criminal, acometiendo en asesinatos y alimentándome con las carnes de quienes caían muertos. Era en ocasiones que viajaba en soledad, mas era en otras que, dos camaradas venidos de la capital levantina, compartían con quien suscribe, correrías. Éramos, pues, convertidos los tres en lobos, desnudábamos las ropas y, después, acometíamos y devorábamos a cualquier hasta que solo quedaran huesos”.
Fue por esto que llaman testimonio que las justicias pidieron la muerte del hombre lobo, mas jamás llegó dicha condena por orden de la que entonces era monarca, Isabel II.
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