LA VUELTA A ESPAÑA EN 80 LEYENDAS, es una sección en la que recorremos juntos todas y cada uno de las leyendas y grandes narraciones que acontecieron en tiempos remotos de nuestra historia. Una España repleta de grandes gestas, de mitos, de cuentos y pergaminos.
Hoy: ANIMA NON MORIATUR. Leyenda nº 13

—Señor, no me queda más que rezar por todos mis hermanos —comenzó a orar Fernando con su rodilla izquierda hincada en el pétreo suelo, su mano diestra empuñando una toledana que había previamente clavado en el suelo, cabeza gacha y la mirada ausente. El resto de los caballeros que allí estaban imitaron su gesto y con él unieron también su rezo—. Dios, mi señor, consigue con mi espada, que aquellos que te busquen te encuentren. Dame la fuerza para los desalentados, dame esperanza para los oprimidos, dame misericordia para los arrepentidos, sobre todo tormento para los perversos y ante todo da justicia a los excluidos. Ut deus, Magnum Magistrum Nostrum dominum…
Los golpes en la puerta de metal detuvieron los rezos de aquellos cuyos hábitos de guerrero aun vestían a pesar de las órdenes dadas por un Papa que había traicionado a Roma por un codicioso rey francés. Morirían en batalla o consumidos por las llamas per se, mas jamás verían sus ojos el sitio rendido ante un mandato francés.
—Entreguen la armas y tierras, renieguen de la Orden y salven sus vidas. —Las voces de quien capitaneaba aquel ejército venido de tierras lejanas resonaban más allá de los muros de una fortaleza que había visto la grandeza de quienes en la jornada habían sido asediados y acorralados, prisioneros en un apéndice de su propio castillo.
Los caballeros de Dios, los últimos templarios, herederos de aquellas cruzadas sagradas, no cesaron en su oración. Habrían caído presos, pero el hábito que con orgullo portaban, sería el sudario de su muerte. No hay caballero que muera arrodillado, ni templario caído sin batalla.
Abrieron pues, la losa de madera quienes habían llegado por órdenes del rey. Los caballeros de Dios se alzaron uno tras otro, alzaron su rostro, abrieron sus ojos, empuñaron sus armas y el último aliento sesgó sus almas. Derrotados en combate, muertos en batalla unos, sentenciados a muerte otros. La orden templaria había caído. Ya no quedaba nada.
Mas en el último aliento hubo quien recordó de las escrituras sagradas.
—Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem revertis. Anima non moriatur.
Caído el templario, selló con su sangre la sentencia grabada con acero. Los muros quedaron cerrados. No hubo misas, ni culto, ni ceremonias que honrasen las muertes de un episodio que aun prevalece. Los tiempos pasaron, mas las gentes de aquel lugar aun escuchan en el silencio, aceros de batalla y cascos de bestias que cargan con fuerza hacia una contienda lóbrega y espectral; pues el alma no muere, según sentenció un templario en la hora de su muerte.
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