CALPURNIA

LA VUELTA A ESPAÑA EN 80 LEYENDAS, es una sección en la que recorremos juntos todas y cada uno de las leyendas y grandes narraciones que acontecieron en tiempos remotos de nuestra historia. Una España repleta de grandes gestas, de mitos, de cuentos y pergaminos.

HOY: CALPURNIA. Leyenda nº 11

La joven que paseaba descalza por los bosques que protegían el asentamiento jamás llegaría a imaginar el final que le deparaba aquella jornada. Se sentía exhausta, el dolor que oprimía su pecho comenzaba a doler cada vez que intentaba inspirar una bocanada de aire. La visión se le nublaba, sentía que poco faltaba para arribar al poblado, tan solo unos pasos más; unos pasos que arrastraba casi sin fuerzas. Escuchaba las risas de algunos pequeños que jugaban alrededor de una hoguera, un fuego que anhelaba para calmar el titiriteo de su frágil cuerpo. Sentía que debía encomendarse a los dioses, que la muerte le acechaba. Estaba enfurecida consigo misma por no haber acatado aquello que le habían mandado, el reposo de un hogar hubiera sido una muerte placentera, al abrigo de su esposo e filios. Sin embargo, el solo hecho de verlos sufrir por una despedida inminente, hizo que huyera del hogar. Nadie podría ya salvarla, su esposo había gastado cuanto tenían por buscar una solución que jamás llegaba. Así fue como decidió escapar en el descuido, su familia debía vivir sin cargas que poco bien podrían hacer. Sintió sus piernas doblegarse. Faltaba tan poco. La visión comenzaba a nublarse. La oscuridad se hacía patente. El frío ya era una incuestionable en su devenir.

La noche había llegado y un halo cálido acarició su rostro y calmó su pesar. Abrió los ojos para descubrir que frente a ella había una figura etérea de una mujer que le sonreía como una madre sonríe a la criatura que acaba de parir. Como en un susurro escuchó una voz suave, melodiosa, que repetía su nombre, “Calpurnia”.

—¿Quién eres? —Consiguió preguntar la joven que aun permanecía tumbada en el frío y húmedo suelo del bosque.

—Calpurnia. —Repitió aquella fantástica aparición.

La joven, que seguía sin apenas poderse mover, intentó alzar un poco el torso. Observar mejor a quien parecía una creación de su propio imaginario, pero que, por alguna razón, parecía tan real. La etérea figura femenina comenzó a desaparecer en el interior del bosque aun mientras repetía el nombre de la joven. A su paso, unos extraños fuegos iban marcando el camino que la figura confeccionaba. Una extraña sensación de la que jamás creyó obtener fuerza, la empujaba a seguir el rastro de la aparición.

—Sin duda los dioses marcan ya el camino que mi espíritu sigue con temor —dijo la joven más para sí que para quien la pudiera escuchar, segura así, de que la vida se le escapaba al fin.

Llegó a un hermoso lago donde las aguas seguían clamando su nombre. Se acercó hasta la orilla al tiempo de ver como lo que creyó espectro cobraba vida. Una mujer, tan joven como ella, de cabellos dorados, piel tersa y ojos aguamarina, emergía de las profundidades como la divinidad que creía que era. Ofreció su mano a la joven aun enferma y ésta la aceptó no sin temor.

—Entra en las aguas. No temas a la naturaleza, ella te ama —decía aquella joven con su melodiosa voz ahora más potente.

Calpurnia, temerosa del destino, aceptó cruzar la línea que separa la tierra de aquel extraño líquido. Era agua, sí, pero cálida como nunca había sentido. Cerró sus ojos y dejó que aquella mágica criatura tumbara su cuerpo, relajara su mente y abandonara su cuerpo a la deriva de unas aguas candentes.

—¡Calpurnia!

—¡Calpurnia!

Los gritos venidos desde la lejanía quebraron aquel estado de bienestar en el que se encontraba ya relajada. Abrió sus ojos alarmada por el griterío que vociferaba su nombre. Observó como en la lejanía un grupo de hombres corrían hacia el lugar en el que se encontraba: un bosque oscuro donde ahora brillaba el sol, una tierra fría y húmeda que absorbía las frías gotas del rocío.

—¡Por los dioses! Al fin te encuentro —Advirtió que decía quien distinguió como su esposo.

La joven, cuyo color habían recobrado sus mejillas, cuyo calor había recuperado su cuerpo, se levantó con la agilidad perdida hacía tiempo ante los asombrados ojos de su esposo. Calpurnia, contó cuanto había sucedido en la noche y prometió que saldaría su deuda con cuantas ofrendas reclamaran las aguas.

*Dos mil años después, otra joven descubría en las piedras que cobijan las aguas candentes, una inscripción que decía: NYNPHEIS / CALPVRN/IA ABANA / AEBOSO / EX VISV / V S L


Puedes escuchar el relato a través del siguiente enlace: https://www.ivoox.com/calpurnia-audios-mp3_rf_60931089_1.html


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