Un relato que vuelve a salirse de mi zona de confort. En esta ocasión es la novela negra la que se mezcla con las nuevas tecnologías ante un peligro inminente y silencioso…
ALMA BLANCA
La mañana se aventuraba tranquila, un día más entre papeleos, llamadas de vecinos con pocas expectativas y un café humeante acompañado de ese delicioso donnuts relleno de crema por el que sería capaz de matar. Así era el día a día en aquella tranquila localidad marinera y así debía ser. La agente García se sentía privilegiada al observar a través de las ventanas el oleaje y ese sonido que la apartaba del mundo, aunque solo fuera por breves períodos de tiempo. Aunque solo fuera por unos minutos escasos. Y, en ese espacio se encontraba cuando el sonido de su teléfono oficial sonó atrayéndola de nuevo a la comisaria.
—Laura, coge tus cosas y ven cagando hostias al punto limpio —dijo una voz masculina al otro lado del hilo telefónico.
—¿Qué ha pasado?
—Será mejor que lo veas con tus propios ojos y, te adelanto, que va a ser duro.
—Joder, Raúl, dime que narices pasa —dijo Laura con cierto temor que se acusaba cada vez mayor ante las palabras que recibía de quien había sido su compañero durante años.
—Ven, por favor —suplicó.
Con el corazón en un puño y los pulmones bloqueados por la ansiedad que le producía aquella llamada, no pudo más que coger sus pertenencias y obedecer la orden recibida de salir a su encuentro cagando hostias. Cogió uno de los coches patrulla aparcados en el parque y condujo de manera automática hasta llegar al lugar acordado.
La escena que se abría ante ella parecía propia de aquellas series policíacas en las que el suspense se sumaba a decenas de miradas indiscretas que se iluminaban con las luces rotatorias de los vehículos de emergencias. Una terrible sensación recorrió cuerpo y mente y sintió como una lágrima furtiva escapaba por su rostro sonrosado sin saber aún por qué.
Unos golpes en la luna del coche le sobresaltaron. Un Raúl de semblante serio intentaba ofrecer una mueca fraternal. Bajó la ventanilla para escuchar mejor aquello que Raúl venía a contarle.
—¿Por qué no entras? —Le ofreció Laura a su compañero mientras realizaba un leve gesto con la cabeza para indicarle que subiera al coche y se sentara junto a ella—. ¿Qué ha pasado, Raúl? —dijo una vez se encontraban ambos al cobijo del vehículo policial.
—Laura, hemos encontrado el cuerpo sin vida de un chico.
—¿Qué chico?
—Es uno de tus alumnos.
—¿Quién es? Joder, Raúl, dime quién es de una puñetera vez.
—Es Miguel.
—¿Cómo? ¿Qué le ha pasado? Tengo que ir a verle —Intentó salir del vehículo, pero Raúl la detuvo agarrándole del brazo.
—Será mejor que no lo veas.
—Y, ¿para qué me has llamado?
—Te he llamado porque su madre solo quiere hablar contigo.
Laura asintió con cierto recelo, entendía que la madre del chico quisiera hablar con ella, pero no sabía cómo podría calmar el dolor que debería estar sintiendo esa pobre mujer. Era incapaz de imaginar cuánto sufrimiento soportaría en aquellos precisos instantes en los que la noticia de la pérdida de su hijo se convertía en una horrible realidad. Aquella mujer estaba destrozada, nunca la había visto así, la angustia se reflejaba en un rostro pálido, en unos apagados ojos azules y en dos grandes y oscuras bolsas que se acentuaban bajo su mirada humedecida por las lágrimas.
—Descubriré quién ha podido cometer semejante brutalidad. —Se escuchó decir a la madre de Miguel. Aquel chico era la perfección reencarnada en un muchacho con problemas que había conseguido superar todos y cada uno de los baches que la vida se había propuesto interponerle y ahora… ahora era solo un recuerdo.
—Toma —dijo la madre de Miguel mientras le hacía entrega de una pulsera con un lazo blanco que ella misma le hizo cuando comenzó a abrirse al grupo de autoayuda que dirigía cada martes por la tarde—. Sé que él hubiera querido que lo tuvieras.
—Gracias —consiguió decir mientras aferraba con fuerza aquella muestra de fortaleza que un día portó su pequeño amigo con orgullo, demostrándole al mundo quién era y cómo era, sin miedo.
Ambas mujeres se despidieron con un fuerte abrazo, como si les uniera algo más que una simple relación profesional. Laura observó como aquella derrotada madre se alejaba en silencio hasta quedar arropada al abrazo de su esposo quien, desde la lejanía, daba su gratitud a la joven agente de policía.
Laura, se acercó hasta el lugar en el que sus compañeros se encontraban con una firme decisión. Descubriría qué había sucedido y capturaría a los responsables en caso de haberlos.
—Raúl, necesito tu ayuda.
—Tu dirás.
—Necesito el expediente del forense a la mayor brevedad posible. Necesito saber qué ha sucedido y quién ha sido partícipe de esto.
—No creo que debas hacerte cargo de este caso.
—Lo que tú creas me da exactamente igual. Por favor, hazlo.
Sin saber aun como, Laura se vio sentada en el sillón de su casa, con una copa de brandy en una mano y el mando de la televisión en la otra. Vestida solo con una camiseta vieja de un antiguo amor del que solo quedaban recuerdos. De pronto, el sonido de su móvil al vibrar despertó, de nuevo, su interés por la jornada que estaba a punto de terminar.
Cogió el pequeño aparato. Era su amigo y compañero Raúl, al fin tenía el informe y se dirigía hacia el apartamento de Laura.
—¿Qué has encontrado?
—Bueno, tal y como imaginó la patrulla que encontró al chaval, éste murió de una paliza. Parece que fueron varios, pues los golpes se suceden con demasiada simultaneidad y por diferentes frentes.
—¿Tenemos alguna pista?
—Sí. Eugenia, la carnicera, vio como un grupo de chavales salía corriendo del punto limpio entre risas y jadeos. Creyó que habrían robado alguna chatarra y por eso no le dio importancia. Sin embargo, cuando el agente de seguridad del parque dio el aviso, entendió que aquellos críos habían tenido algo que ver.
—Y, ¿sabemos quiénes son?
—No, pero hay algo más. —dijo Raúl mientras le enseñaba una imagen del cuerpo inerte del muchacho. En su muñeca derecha, justo en el lugar exacto en el que una pulsera de lazo blanco se anudaba, un número quedaba impregnado en la piel junto a lo que parecía ser la sonrisa de un payaso, rasgados ambos con un objeto afilado. Como si de una res se tratara.
—¿Qué significa?
—Miguel ha sido víctima de un juego.
—¿Un juego?
—Así es. En cuanto lo he visto se lo he enseñado al especialista en redes sociales y él mismo me ha derivado a una página que se llama smile clown.
—La sonrisa del payaso.
—Eso es. Al parecer, un tío disfrazado de payaso contacta con el chaval de turno y le dice con quién debe juntarse. Consigue su confianza hasta dar con un secreto que le avergüence o le obliga a realizar un acto que solo quedará entre ellos. Después, les amenaza con hacerlo público si no cumplen con los retos.
—No comprendo.
—Mira el número veinte —dijo mientras le entregaba una lista numerada— Grabar el sufrimiento de un alma blanca.
Laura cogió la pulsera de Miguel, volteó el lazo y entre lágrimas leyó el grabado: “Tú eres un alma blanca, nunca lo olvides”.
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