No sé si debiera enunciar esta entrada en el blog como una carta abierta, aunque, más bien, es una anécdota con la que poner de manifiesto cierta situación que, por desgracia, se da muy a menudo.
Resultó que, en esta última Feria del libro donde tuve la suerte de poder asistir para firmar ejemplares de mi última obra, fui testigo de cierta situación curiosa. Sin embargo, empezaré por cuanto pude ver y observar aquella tarde mientras esperaba a que amigos y lectores llegaran hasta la caseta en la que me encontraba.

Descubrí, alegre, que la gran mayoría de las personas que se acercaban y paseaban por la Feria eran muchachos y muchachas en edades comprendidas entre la adolescencia y la recién estrenada mayoría de edad. Paseaban en grupos ojeando y curioseando los libros que se encontraban en los diversos puestos y, siempre, terminaban marchándose con una de esas bolsas características de la Feria. Aquellas escenas que se repetían con asiduidad eran un deleite para mis sentidos y un regalo para ese futuro que, por fin, encontró la esperanza.
Después, padres y madres paseaban con sus querubines repletos de curiosidad y descubriendo sus primeros libros; pero el público al que hoy hago referencia es a esos pequeños que comienzan a descubrir el valor de la palabra escrita: los niños de Primaria. Había una considerable cantidad de pequeños de entre 7 u 8 años hasta los 11 o 12 que venían acompañados de sus padres buscando nuevas lecturas con las que volar a mundos increíbles. Así fue como descubrí a la pequeña de ojos azules y mirada alegre.
Yo seguía en mis quehaceres para con la firma de libros, para eso había ido allí, pero aquella pequeña llamó mi atención. Rondaba los ocho años, la misma edad que mi hijo mayor, y buscaba un libro de entre los cientos que allí se exponían. Mientras, la madre, hacía gala de cuánto leía o dejaba de leer la pequeña y que buscaba algo con lo que la niña aprendiera y disfrutara.
-Mamá, quiero éste -dijo, de pronto, la pequeña.
Señalaba un libro precioso, de portada malva y con kilo y medio de purpurina que portaba como imagen protagonista la de una niña sobre un unicornio. Parecía una típica historia de fantasía para los más pequeños, había bonitas imágenes en su interior y una cantidad considerable de letras, palabras y frases. El librero le contó a la pequeña que se trataba de una historia donde la niña de la portada debía correr una increíble aventura para salvar a su amigo unicornio de ser cazado y mostrado por todo el mundo. La historia parecía divertida y curiosa, pero la madre no estaba de acuerdo.
-De unicornios, no -sentenció.
Me quedé pasmada. ¿Qué tenía de malo aquél libro?
-Como si no hubiera nada más en el mundo para las niñas que unicornios y sirenas -dijo.
No quise intervenir, pero la mirada alegre de aquella pequeña, de pronto, se tornó triste y yo no pude más que pensar: «¿Qué más dará lo que quiera leer? «.
Quizás me meta donde nadie me llama, pero llegados a este punto ya no me importa. Dejad que los críos lean lo que quieran leer y que descubran el mundo a su paso. Aquella pequeña se fue sin un libro, ya no leerá porque su madre decidió que aquél libro de brillante portada suponía un rol de genero y, al parecer, eso importaba muchísimo más que el hecho de que su pequeña se formara leyendo.
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