
Buenos días, mis queridos lectores, mis queridos amigos amantes de las letras y el buen café.
¿Sabéis esas mañanas en las que uno se levanta con energía y ganas de vivir la vida? Sí, a veces es una sensación tan difícil de conseguir que se nos olvida que hubo días en el que nos levantábamos con esas ganas de vivir. Sin embargo, hoy es uno de esos días. Seguramente lo despierte el otoño, la mejor estación del año donde el calor da paso al frío, pero no a ese que hiela el alma, sino a ese que, al respirar, sientes que un nuevo comienzo se acerca. Los colores siguen siendo cálidos, no hay azules, ni blancos, ni malvas que congelan cada paso. No. En su lugar, marrones y verdes de diferentes tonos inundan las calles y los bosques.
Es época en la que el local se llena de abrigos, gorros, guantes y bufandas de lindos y variados colores. La decoración cambia y las calabazas y el maíz cobran la fuerza que perdieron. Huele a castañas asadas en la calle, a chocolate caliente y a leña.
La cafetería es, en esta época, más alegre. Los clientes entran y sonríen al descubrirse protegidos del frío o la lluvia. Mil rincones recorren el local, donde al cobijo de una manta algunos leen y miran por la ventana el vaiven de las gentes que pasean o corren hacia sus destinos. Les miro y sonrío, porque hoy, hoy es un día para recordar la vida.
El tintineo de las campanas de la entrada me dan un nuevo aviso. Un nuevo cliente asoma, pero, para mi sorpresa, no seré yo quien sirva el desayuno en esta ocasión. No.
-Buenos días.
Una cálida y familiar sonrisa asoma en el rostro de mi querida Cris, o debería decir, Vic Echegoyen.
-Bienvenida a mi humilde morada -respondo ilusionada al saberla aquí conmigo-. ¿Qué traes ahí?

-Desayuno otoñal en casa, en Hungría: ciruelas y tomatitos del jardín, papaya que me traje de Viena, queso Traungold típico de los Alpes, con un punto picante a nuez, zumo de pera y café con leche. ¿Qué te parece?
-Madre mía, tiene una pinta estupenda.
-Hoy me toca a mí darte a conocer los increíbles sabores que nos aporta el mundo.
Todos y cada uno de los platos y productos que ha traído me parecen excepcionales. Su olor atrae de manera tan irresistible que resulta muy difícil no hincarle el diente antes de tiempo. La paciencia no me acompaña cuando el estómago ruge y, a decir verdad, en cuestiones de gustos alimentícios él sabe mucho más que yo.
Cris prepara con esmero la mesa mientras yo la observo embelesada y con ganas de preguntarle ya por ese viaje, por esa escapada que la trajo de nuevo a nuestras tierras, a España.
-Bueno, ¿qué tal fue el viaje? ¿Qué gratos recuerdos te llevarás contigo de nuevo a Hungría?
– No se lo digas a Ramón, pero entre las decenas de nuevos lectores, libreros, blogueros, etc., hubo tres encuentros por sorpresa con «amigos virtuales» en persona muy largamente esperados y que resultaron los más especiales, y él fue uno de ellos. Otra fue Nuria y sus hijas, por motivos personales muy emotivos, y el tercero fue el librero Guillermo Lorén. Mención aparte merece haber conocido al fin a compañeros de editorial con los que creo que hubo onda especial, como Mario y Lola. Todo eso en el plano personal-literario. Pero creo que lo que más me impresionó fue cómo miles de familias con niños pequeños, todos con mascarilla y tratando de respetar las distancias, se paseaban por todo el recinto con tal expresión de asombro y felicidad como si fuera el Día de Reyes. Esa ilusión recuperada, ese deseo de dejarse arrastrar y cautivar, me emocionó de verdad. Y solo por eso lamenté no haber pasado más tiempo entre ellos, como público, observando, escuchando y absorbiendo sus vivencias. Ahí me reencontré con mi querido Madrid despreocupado y optimista, el de mi infancia, que creía perdido hacía mucho tiempo.
– A veces es necesario ver el mundo desde otra perspectiva para reencontrarse con él, ¿verdad? Entonces, ¿la Feria del libro en Madrid fue toda una experiencia para recordar?
– Todo sucedió tan deprisa y las firmas transcurrieron a tal velocidad, que apenas recuerdo algún detalle (por suerte, mi madre vino ambas veces para ocuparse como es debido de nuestros amigos y parientes agrupados frente a la caseta, porque yo apenas si podía dedicarles unos instantes, así los puso al día, y ellos a nosotros, y no se quedaron tan frustrados después de hacer dos horas de cola). En cuanto a las firmas, algunos autores de otras editoriales comparaban cifras, «Yo firmé hoy 50+», «Pues yo creo que llegué a 70», y me sentí como una hormiguita chafada («Uy, pues yo firmé 19 hoy y me van a echar a gorrazos»). Pero luego resultó que, para ser la primera Feria y haber sacado Resurrecta sin una sola presentación ni publicidad ni figurar en el catálogo de novedades, tampoco estuvo tan mal. Ahh, y hubo un encuentro que no esperaba en absoluto y me hizo muchísima ilusión: el primer día de firma, la primera persona que se plantó ante la caseta exigiendo firma y abrazo fue una escritora, y una gran señora, a la que admiro especialmente, María José Solano, y para mí fue como si apareciera una buena estrella que decía: «¡Mira, no podía empezar mejor! ¡Ahora todo irá bien!
-Oh, que envidia sana me das. Madrid es una cuenta pendiente que no pude saldar este año por razones muy personales y que bien sabes, ¿para qué contarlas de nuevo? -Sonrío-. Y, hablando de Resurrecta… Sabes que Resurrecta me encantó, de hecho, es la primera novela tuya que he leído, aunque tengo La voz y la espada en casa… Y me gustaría saber, qué te llevó a escribir sobre el terremoto y el tsunami de Lisboa, si te costó mucho el desarrollar las historias de tantos personajes…

-No sabía que Resurrecta fuera la primera que has leído, Mireia: en ella ha confluido tal constelación de fortuna, casualidades que no lo son y coincidencias increíbles, que su verdadero título debería de ser «Serendipia».
-Sí, como dije que había comprado La voz y la espada, te llevaría a error…
-Me llevó a escribirla esa serie de coincidencias maravillosas. El ministro Carvalho (futuro marqués de Pombal) y yo cumplimos años el mismo día, y coincidió que pasé el día en que cumplí los 50 por la iglesia donde está enterrado en Lisboa, y justo era su 320 cumpleaños y había un enorme homenaje oficial en la iglesia llena de académicos, historiadores, etc… no sabía nada, ¡fue casualidad! Era el Día de Fátima, y allá iba con mi familia, a su santuario, para dar gracias por medio siglo de vida muy feliz. Poco después, de vuelta en Viena, descubrí que mi familia y la familia de la mujer de Carvalho, Nora, estamos emparentadas por varias vías; entré en contacto con ellos, y por fin conseguí que me recibieran y me mostraran cartas íntimas que Nora escribió a su hermana vienesa contándole del terremoto, y deslicé muchas de esas vivencias e impresiones en la novela: fue un favor privado del que espero no haber abusado. Y la novela me estalló en la cabeza una noche de insomnio, la víspera del día del terremoto: aún no lo sabía, pero como siempre que me desvelo sin motivo, agarré la libreta que siempre tengo en mi mesita de noche, me puse a anotar a voleo todo lo que se me ocurría, sin analizarlo ni detenerme a reflexionar, vomitando toda aquella sensación de angustia y urgencia… Al día siguiente vi que toda la novela estaba allí: personajes, estructura, lugares, marco temporal… Ya estaba exorcisada, fuera de mí: solo tenía que esperar el momento para escribirla, y en cuanto dejé de trabajar, me puse y salió de un tirón en cien días, el primer borrador fue también el definitivo, me la quitaron de las manos dos grandes editoriales extranjeras incluso antes de que España dijera que la quería publicar, y el resto, como dicen, es Historia Esa novela solo estaba esperando alguien receptivo, y cada vez estoy más convencida de que solo soy una especie de «atrapasueños» donde quedan prendidos fantasmas y vivencias que quedaron sin contar; nada más. De ahí, también, el símbolo de la grieta: caí dentro y no me dejó volver a salir hasta que puse el punto final.
-Resurrecta es una historia apasionante, bien deberías saberlo. ¿Te costó mucho escribirla?
-No, no me costó NADA: todos los personajes son reales (hasta el grillo y el mono), y el 90% escribieron ellos mismos, en cartas y crónicas, sus vivencias detalladas del día; el resto fue fácil de deducir por anécdotas a través de testimonios de terceros. Solo tuve que darles cita ese día, a esa hora, y dejar que cada uno contara al dedillo qué ocurrió desde su perspectiva y escenario personalísimos. También por ese motivo quise que ninguno sobresaliera y la protagonista absoluta fuera la ciudad y la antagonista fuera la tragedia, en vez de meter con calzador la típica historieta de amor o venganza, que sería desvirtuar y frivolizar un día que fue todo, menos ordinario.
-Charlar contigo me está enseñando tanto… Ni te lo imaginas, de verdad.
-Tonterías.
-Para nada -respondo-. Ah, antes de que se me olvide. Tengo una curiosidad tremenda…
-Verás… A ver por dónde me sales.
-No, tranquila -reímos- Me sorprendió cuando comentaste lo del escudo familiar, tan antiguo… ¿Cómo es que aún ostentáis ese escudo?
-Bueno, tenemos varios escudos El mío es el de los Crouÿ-Chanel, descendientes de la casa real de Árpád, que unificó y cristianizó Hungría con San Esteban, primer rey y santo de la familia. Hoy son condes en Francia y príncipes en Hungría, y por eso el escudo es el mismo, la bandera original del país, y la verás ondear en muchos festejos nacionales y oficiales junto a la bandera moderna tricolor.
-Increíble y, por cierto, que no he dicho nada, pero el desayuno ha estado espectacular. Millones de gracias por visitarme.
-Un placer.
-Esta es tu casa -sonrío-, ya lo sabes.
-Muchas gracias. Me tengo que ir, el vuelo no espera a nadie y debo regresar a casa, pero te dejo estas delicias para compartir en familia.
Si hay una persona que deja huella allá por donde pasa, esa es sin duda, Vic Echegoyen cuya vida, quizás, sea aún más increíble de la que sus narraciones cuentan.
Nos vemos la próxima semana.
Debido a las restricciones por Covid, no se atenderá sin cita previa.
Si quieres acercarte y visitarme en esta cafetería virtual, solo tienes que escribirme a mireiagimenezhigon.autora@gmail.com poniendo en el asunto “CITA TINTA CON OLOR A CAFÉ + NOMBRE”
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