Regresamos con nuestro siglo XIX y con los héroes que en el lucharon en nuestra Guerra de Independencia (España). Hoy traigo una entrada más que completa, pues quiero dar a conocer al Capitán de Artillería D. Pedro Velarde, un hombre que luchó con valor y murió con honor en la defensa del Parque de Artillería de Monteleón.
𝕮𝖆𝖕. 𝖉𝖊 𝖆𝖗𝖙𝖎𝖑𝖑𝖊𝖗𝖎𝖆 𝖉𝖔𝖓 𝕻𝖊𝖉𝖗𝖔 𝖁𝖊𝖑𝖆𝖗𝖉𝖊
𝗛𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮, 𝗿𝗲𝗹𝗮𝘁𝗼 𝘆 𝘂𝗻 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗼
𝘓𝘢 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘩𝘰𝘺 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘤𝘢𝘳𝘨𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘪𝘥𝘰, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘴𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘮𝘦𝘮𝘰𝘳𝘢 𝘦𝘭 243 𝘢𝘯𝘪𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘯𝘢𝘤𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦𝘴 𝘩𝘦𝘳𝘰𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢.
Militar español que encabezó el levantamiento contra los franceses. En 1793 ingresó como cadete en el Real Colegio de Artillería de Segovia, del que salió en 1799 con el grado de subteniente; en 1801 tomó parte en la campaña contra Portugal.
En 1804 era ya un capitán del arma de Artillería destinado en el Estado Mayor de Madrid y experto en materias técnicas, de las que sería profesor en el Colegio de Segovia (1804-06). Posteriormente pasó a formar parte de la Junta Superior Económica del Arma de Artillería. Había sido un admirador de la obra de Napoleón Bonaparte; pero cuando éste intentó ocupar España aprovechando las disensiones internas de la familia real (1808), Velarde empezó a conspirar para frustrar sus intenciones.
En colaboración con el capitán Luis Daoíz, Pedro Velarde preparó un plan militar para la insurrección contra los franceses (la «confabulación de los artilleros»), que quedó arruinado en los días siguientes por los traslados de tropas españolas y las precauciones que tomaron los franceses. Murat intentó conseguir su colaboración ofrenciéndole pasarse al ejército francés, pero no lo consiguió.
El 2 de mayo de aquel año estalló en Madrid el motín popular contra los franceses con el cual comenzó la Guerra de la Independencia (1808-14). Velarde, como Daoíz, se unió a la revuelta, tratando de organizarla de modo eficaz. Tomó el Parque de Artillería de Monteleón y repartió sus armas entre los sublevados, pero sucumbió al primer ataque de los franceses.

𝗥𝗘𝗟𝗔𝗧𝗢: 𝗘𝗹 𝗷𝗼𝘃𝗲𝗻 𝗩𝗲𝗹𝗮𝗿𝗱𝗲
El otoño comenzaba a darse cita en las tierras cántabras. Las temperaturas que calentaban en el estío descendían con crudeza y, las hojas de los árboles caducos cambiaban su vivo color verdusco por ocres, marrones y cobrizos hasta que, empujadas por la fuerza con la que el viento sopla, caían secas e inertes.
Allí, en un Muriedas de tiempos pasados, en una casona de esas que llaman solariega, nacía en octubre de 1779 un niño de espíritu rebelde y de corazón artillero. Como si quien construyó aquel palacio supieran del futuro de aquel recién nacido, quiso destacar sobre la monumental portalada el escudo de armas de los Velarde el cual estaría sostenido en la eternidad por dos leones, salvajes animales que en años venideros pelearían juntos ante quien jamás debió herirles.
Pasaron los otoños y con la razón de un joven adulto, contaba ya Pedro con trece años de edad. Suerte tuvo de ir a una escuela cercana, adonde iba cada mañana cargado con sendos libros que cargaba sobre su hombro y ataba con cueros. En cada despertar del Sol, corría raudo camino a una nueva jornada de conocimientos, pero no era aquello lo que le hacía saltar de su camastro, sino los ojos aguamarina más dulces que jamás vería. Resultaba que yendo hacia las aulas, justo al cruzar el puente del río que los separaba, había una vieja cabaña donde una muchacha de tan sólo doce años trabajaba en sus labores ajena al interés que despertaba. Aquel día, haciendo acopio de un coraje que comenzaba a despertar, Pedro se acercó hasta la casa y, con el temor de un niño de su edad, golpeó con medida la puerta.
A su encuentro salió un niño con cara sucia y mirada alegre que le observaba con curiosidad, a lo que el joven Velarde respondió con una sonrisa sincera hasta que, tras aquel niño, aparecieron los ojos del color del mar. Ambos jóvenes permanecieron observándose en silencio sin saber muy bien qué debían decir. Al fin, Pedro tomó la iniciativa y, de su bolsillo sacó una flor que había arrancado de camino y se la entregó con la esperanza de ser aceptada. La muchacha, asombrada por aquel gesto, optó por la cordialidad de aceptar lo que se le entregaba y, para regocijo del chico, vio como las mejillas de la muchacha se sonrojaban a su pesar. Desde aquel día, cada mañana Pedro repetía cada paso, le entregaba una flor recién cortada y, tras un breve cortejo, proseguía su camino. Por desgracia, pronto cumpliría los catorce años y sus padres ya habían decidido por él y, en ese mismo mes en el que cumpliría años, sería ingresado en el Real Colegio de Artillería de Segovia. Ya no pudo despedirse, no pudo ya saber más de quien de niño robó su corazón.
Los años pasaron y las décadas también y, aquel adolescente enamorado se convirtió en uno de los mejores oficiales de la artillería española. Llegados los franceses a sus tierras, tanto Velarde como su compañero, el también Capitán, Luis Daoiz, lucharon como aquellos leones que majestuosos sujetaban el que fue el escudo de armas de nuestro protagonista. Mas jamás supo, que de entre aquellos valientes que con él lucharon en el Parque de Monteleón, hubo una joven diestra en la lucha de ojos aguamarina que junto a él falleció en la batalla.
Mireia Giménez Higón – Escritora
𝑻𝒆 𝒊𝒏𝒗𝒊𝒕𝒐 𝒂 𝒍𝒆𝒆𝒓 𝒎𝒊 𝒏𝒐𝒗𝒆𝒍𝒆𝒕𝒕𝒆 𝔐𝔞𝔡𝔯𝔦𝔡 1808: 𝔏𝔞𝔰 𝔞𝔯𝔪𝔞𝔰 𝔞𝔩 𝔭𝔲𝔢𝔟𝔩𝔬 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒆𝒈𝒖𝒊𝒓 𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒗é𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒊𝒈𝒖𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒍𝒂𝒄𝒆, 𝒐 𝒆𝒏𝒗𝒊𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒖𝒏 𝒎𝒆𝒏𝒔𝒂𝒋𝒆 𝒑𝒓𝒊𝒗𝒂𝒅𝒐 𝒂 𝒆𝒔𝒕𝒆 𝒑𝒆𝒓𝒇𝒊𝒍, 𝒐 𝒖𝒏 𝒆𝒎𝒂𝒊𝒍 𝒂 𝒎𝒊𝒓𝒆𝒊𝒂𝒈𝒊𝒎𝒆𝒏𝒆𝒛𝒉𝒊𝒈𝒐𝒏.𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓𝒂@𝒈𝒎𝒂𝒊𝒍.𝒄𝒐𝒎
Enlace de compra Amazon: https://amzn.to/3eLWjyf
Deja una respuesta